Entrevista a nuestro nuevo socio honorario Julio César Rivera
Entrevista al Dr. Julio César Rivera, socio honorario especialista en derecho de la insolvencia, arbitraje doméstico e internacional, litigios comerciales complejos, derecho societario, derecho bancario y derecho civil. En la actualidad, es conjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
MARVAL NEWS: Julio, te estás acercando a los cincuenta años de profesión, y tu experiencia puede ser interesante para los más jóvenes de nuestra organización, sobre todo porque has desempeñado muchos roles a lo largo de tu vida profesional. Por eso estamos hoy aquí con vos, para que nos cuentes –en un diálogo totalmente informal– algunos hechos relevantes de tu extensa carrera.
Y para abrir este diálogo, ¿nos darías algunos datos de tu carrera universitaria?
JULIO CÉSAR RIVERA: Me gradué de abogado en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad del Salvador en 1970. Esa Facultad reunía un cuerpo de profesores absolutamente excepcional. Mis profesores de Derecho Civil fueron Borda, Llambías, Spota –abogado e ingeniero, tenía los dos diplomas firmados el mismo día por el rector dela Universidad de Buenos Aires Ricardo Rojas, ¡a la edad de 21 años!–, Alsina Atienza, sobre cuya tesis dijo George Ripert que el doctorando manifestaba un conocimiento del derecho francés tan vasto como el suyo propio, y finalmente Alberto Molinario, padre de Alberto Domingo Quintín Molinario, ex socio destacadísimo de esta organización, quien tendría una influencia decisiva en mi formación. Y otros profesores eran Caramés Ferro, Fontán Balestra, Bidart Campos, Alegría, etcétera, etcétera.
MN: ¿En qué consistió esta influencia del profesor Molinario?
JCR: Cuando me gradué, además de empezar a trabajar individualmente como abogado, con todas las limitaciones y dificultades que ello implica, tenía muy claro que quería enseñar y, por cierto, enseñar Derecho Civil. De modo que, como había sido un estudiante bastante aventajado, rápidamente me incorporé a la cátedra del Dr. Borda en la Universidad del Salvador y concursé para ingresar a la carrera docente en la cátedra del Dr. Molinario en la Universidad de Buenos Aires, concretamente en Derechos Reales. Permanecí en esa cátedra durante 12 años. Tanto con Borda como con Molinario gesté una relación excelente que se prolongó por toda la vida de ambos. Y muchas veces me pregunto quién influyó más, si Borda, para quien “el derecho es lo que los jueces dicen que es”, o Molinario, que tenía un inmenso respeto por la ley y descartaba las interpretaciones laxas. Pero, en todo caso, uno y otro han sido absolutamente relevantes en mi vida académica, y guardo por ellos un emocionado recuerdo y una inmensa gratitud por todo lo que de ellos aprendí.
MN: También pasaste por el Poder Judicial.
JCR: Efectivamente. En 1973 se crearon 10 juzgados comerciales; Atilio Aníbal Alterini fue designado juez de uno de ellos, y él me ofreció incorporarme como Secretario. Fue un paso importantísimo, no solo porque hice una carrera rápida y llegué en pocos años a ser juez y juez de cámara, sino porque me abrió la mente al mostrarme una faceta del derecho privado de la que muchos civilistas tienen una noción remota. O sea que, a partir de ese momento, tuve un ojo en el derecho civil y otro en el derecho comercial.
MN: ¿Cuál fue el siguiente paso?
JCR: En 1985 la situación del Poder Judicial era bastante difícil, los salarios eran muy bajos. Tanto es así que muchos jueces iniciaron juicios para obtener su actualización. Y además ya era juez de cámara, o sea que había llegado al techo de la carrera con solo 37 años de edad. De modo que cuando recibí una invitación del Dr. Alegría para asociarme a su estudio acepté casi de inmediato.
Y allí aprendí a ser “abogado”. Me acuerdo siempre de que alguna vez, luego de una reunión con los clientes en la que debo haberme mostrado muy asertivo, el Dr. Alegría me dijo: “Julio, ahora las sentencias las hacen otros…”. Fue una etapa excepcional, de gran crecimiento profesional. Teníamos asuntos muy relevantes, clientes importantes, grandes desafíos.
Finalmente, en 1993 organicé mi propio estudio, que se convirtió en una boutique, creo que de cierto prestigio.
MN: Y, junto a la labor profesional, nunca abandonaste la tarea académica.
JCR: Siempre entendí que lo académico y lo profesional no solo no son incompatibles sino que se complementan y se enriquecen mutuamente. Muchos grandes abogados han sido, al mismo tiempo, académicos importantes: Mairal, Alegría, Fargosi, Alterini, Le Pera…
Esa actividad académica la he volcado en numerosos libros. Entre ellos, los más conocidos son “Instituciones de Derecho Civil Parte General”, que lleva siete ediciones, “Instituciones de Derecho Concursal” y el “Arbitraje Comercial Doméstico e Internacional”. Y cerca de 250 artículos publicados en la Argentina y en muchos otros países. También en múltiples actividades en instituciones como la Academia Nacional de Derecho de Buenos Aires, la Asociación Argentina de Derecho Comparado, la International Academy of Comparative Law y otras.
MN: También has sido legislador.
JCR: Lo que se dice “legislador”, no; porque nunca fui diputado ni senador. Pero tuve la oportunidad de colaborar en distintos proyectos, algunos de los cuales se convirtieron en ley. Entre ellos, la ley de concursos 24.522, su reforma por la 25.589, la ley de fideicomiso y leasing 24.441, la ley de arbitraje internacional. Y participé en varios proyectos de reformas al código civil.
Es una tarea ingrata. Todos los profesores critican lo que no les gusta de cada proyecto y casi nunca dicen qué es lo que está bien.
MN: Otro rol que has desempeñado, y aún lo hacés, es el de árbitro. ¿Qué nos podés contar sobre esto?
JCR: El arbitraje es uno de los ambientes más interesantes en que me ha tocado actuar, pues por regla general los asuntos son importantes y complejos, y actúan los mejores abogados. Por lo demás, se combinan los procedimientos escritos con los orales –la audiencia suele ser muy importante–, y hay prácticas traídas de otros sistemas, como el discovery. También he actuado como abogado de parte en arbitrajes, lo que es siempre muy exigente.
MN: ¿Y cómo es su incorporación a MARVAL?
JCR: Seguramente resulta curioso que en las postrimerías de mi carrera profesional me incorpore a una organización tan grande y sofisticada como MARVAL. Pero no hay secretos en esto: sabíamos que MARVAL creció a lo largo de los años incorporando equipos provenientes de otros estudios y que esa ha sido una política largamente exitosa, pues ha llevado a MARVAL a convertirse en la firma más importante del mercado argentino. De modo que no podríamos dejar pasar la posibilidad de formar parte de una organización de enorme prestigio, máxime cuando conocíamos a muchos de los socios y teníamos con ellos una muy buena relación personal.
MN: A pocos meses de tu incorporación, ¿cómo te sentís?
JCR: Muy pero muy contento. No solo porque los colegas son extremadamente cordiales y me hacen sentir muy confortable, sino porque ratifiqué lo que intuía, o sea, que cada equipo es de una calidad profesional excepcional. Por supuesto que ya conocía a varios socios de MARVAL y sabía de su profesionalidad, pero francamente me impresiona cada profesional –socio o no– de todas las áreas con que me ha tocado interactuar.
MN: Después de cincuenta años de abogado, ¿qué consejo darías a los más jóvenes?
JCR: Mmmm, dejame pensar. Uno: estudien idiomas. No solo inglés, que hoy es la lingua franca de nuestra profesión, sino también algún otro: francés, alemán, italiano, lo que se les ocurra. Cada lengua que aprendan es como una ventana que se abre en la cabeza, nos permite comprender mejor otras formas de pensar y actuar y, además, abre nuevas y distintas posibilidades profesionales. La segunda es estudiar siempre. El derecho se aprende de una sola manera: estudiando. No hay Mozart en el derecho, hasta Savigny y Kelsen tuvieron que ir a la facultad y quemarse las pestañas leyendo. Y más hoy, que todo cambia de manera vertiginosa. Y una más: estar dispuestos a aprender de cualquiera. El alumno de la última fila, ese que parece siempre somnoliento, puede hacernos una pregunta o comentario que nos revela una faceta de un tema en la que no habíamos reparado; los clientes son una fuente inagotable de información porque ellos son los que tienen los problemas y los han analizado antes que nosotros; un abogado novel puede tener una idea renovadora o un argumento que no habíamos advertido.